Uno de los países menos mencionados cuando se ponen ejemplos internacionales de la buena educación es Nueva Zelanda (así como Australia), opacados por los renombrados Finlandia, Canadá, Corea del Sur y otros asiáticos, a pesar de que en las pruebas internacionales de matemáticas, ciencias y lectura sus alumnos de 15 años se ubican en los primeros 7 puestos mundiales.
En Nueva Zelanda no hay pruebas nacionales que torturen a los alumnos durante su vida escolar. Al gobierno le bastan algunas pequeñas muestras nacionales para monitorear el sistema educativo. Obviamente tampoco se dedican a rankear a cada colegio en orden de mérito, comparando unos con otros según los puntajes en las pruebas nacionales.
Existen estándares nacionales para la educación primaria desde el 2010, pero sus objetivos es precisar las expectativas de logro esperado para los estudiantes en matemáticas, lectura y escritura, para ayudar a los profesores a evaluar los avances de sus alumnos sobre la base de un abanico de criterios.
El acento lo ponen en una amplia autonomía escolar (establecida por ley en 1989) basada en el hecho de tener excelentes profesores, con gran capacidad de evaluar por sí mismos los logros de los estudiantes y con elementos de juicio suficientes para promover su mejoramiento. ( «We do things differently here», oecdeducation 27 02 2012).
Nueva Zelanda invierte sus mayores esfuerzos en capacitar a los profesores y proveerles materiales de apoyo para acompañar de la mejor manera a los alumnos. Premeditadamente evita las pruebas estandarizadas porque están convencidos que lo único que estas hacen es estrechar el currículo y orientar la enseñanza hacia la aprobación de las pruebas. Los logros escolares no se ven como los resultados de una prueba que se toma una vez al año, sino de una continua verificación diaria de los aprendizajes de los alumnos.
Una vez más vemos que la clave del éxito educativo consiste en contar con un gran equipo docente, capaz de innovar y manejar la vida escolar en función de sus propias particularidades, lo que permite confiar en ellos y sus juicios para realizar una buena educación sin opresivos controles externos.
León Trahtemberg
Fuente: Diario Correo