Machupicchu: En el reino del sol

Machupicchu,ciudadela inca asentada en la cresta de una montaña infranqueable del cañón del Urubamba, celebra  100 años de su descubrimiento científico.  Los españoles nunca supieron de esta obra maestra. Esta crónica resume  lo vivido en  el recibimiento del solsticio, y el inicio del año andino, con un recorrido por sus templos, plazas, palacios e  impecable zona agrícola.

Un año nuevo en Machupicchu

En Machupicchu pueblo, el bramido del río Urubamba se impone soberano. En el día, compite con los bocinazos de los trenes, la bulla de los negocios de artesanía y souvenirs. En la noche es música de fondo para dormir. Cinco de la mañana, el despertador me acuchilla el tímpano. Sonámbulo, apago este odioso verdugo de sueños y pesadillas. Las espumosas corrientes estrellándose contra los peñascos me devuelven el don de ubicuidad. Estoy en Machupicchu o Aguas Calientes, pueblo asentado a la margen derecha del Urubamba y emergido a la sombra del turismo, pero entre el caos y el peligro. Los desbordes y huaicos en tiempo de lluvias amenazan barrer sus hoteles, restaurantes y todo aquel servicio destinado al turista.

Ascenderemos a las ruinas en una camioneta del Ministerio de Cultura. Es una mañana despejada, pero húmeda. Los dos días anteriores a nuestra estancia, 20 y 21 de  junio, nubarrones han aguado la fiesta al sol. No pudo brillar en el inicio del nuevo año andino, el solsticio.

 “Vamos rápido, hoy tendremos suerte, habrá solsticio” me dice Benjamín Castro, uno de los arqueólogos a cargo de la custodia.

Cruzamos el río por un puente seguro. El cauce que desafió hace 100 años Hiram Bingham, arrastrándose por unos troncos de madera tendidos de banda a banda. Esas aguas que se tragaron a Agustín Lizárraga, cuando iba a Machupicchu. ¿Castigo para el hombre que escribió en los muros de Tres Ventanas: Lizárraga, 1902 para la posteridad?

 Serpenteamos la carretera dejando una estela de polvo. En la ciudadela, una nube de turistas ametralla con sus flashes el Intihuatana, el reloj solar de formas piramidales con un torreón que marca las coordenadas este, oeste, norte y sur. Son las siete y veinte de la mañana, el sol asoma brillando por las montañas de enfrente, en el flanco oriental. En distintos idiomas, los guías señalan que los rayos se alinearán y dibujarán un triángulo dorado sobre una piedra ubicada al costado del gran artefacto. La geometría de luz se delinea perfecta sobre una piedra que tiene un ojo de pez. Hay ajetreo para captar la imagen. Los visitantes gozan con este momento mágico. Signo del nuevo año andino, como lo es para la actual civilización el 1 de enero. El ojo de pez no tiene ningún significado, dice el jefe del parque arqueológico de las ruinas, Fernando Astete Victoria, y confiesa que esa figura la talló hace 40 años un trabajador. Los guías venden el mito que lo hicieron los incas.

El espectáculo de la piedra

Trepamos por un camino al Intipunku, la puerta del Sol, con el corazón en la boca y disolviendo la grasa por los poros. Allí hay unas ruinas que más parecen un mirador que un palacio en homenaje a la máxima deidad inca como lo promocionan algunas agencias de viaje. Esta tesis también la desbarata de plano Fernando Astete.

Desde aquí  la ciudadela se asemeja a una acuarela pintada con la mano de Dios. La zona agrícola marcada por su fina andenería, la zona urbana pétrea  y al fondo el cono verde de Huaynapicchu.

Benjamín Castro cuenta del shock emocional de algunos turistas con estas imágenes. Tiene el recuerdo vivo de un colombiano llorando de emoción, “siempre soñé estar acá” dijo. O de esa japonesa que trepó hasta el Huaynapicchu y en la cima dispersó las cenizas de su esposo, tal como éste lo deseó en vida. “Venía todos los años desde Asia y arrojaba una rosa donde volaron las cenizas”. Pero los temperamentos no son los mismos. Otros visitantes de espíritu ligero y menos mágico tocan las piedras con las manos, se suben a los muros, arrojan basura y hablan gritando por celular, como lo hace esta mañana un peruano que camina junto con nosotros.

Descendemos a la casa del guardián, vivienda rústica con techo a dos aguas y forrada con paja. Otro estupendo mirador. Sitio estratégico de los incas para controlar el ingreso a la ciudad.  La andenería cae a nuestros pies, obra de ingeniería para domar la tierra en su versión más fiera. El sol penetra como láser sobre la piel. Los turistas que a diario llegan, en un promedio de 2,000, se protegen de la radiación con bloqueadores y sombreros. Machupicchu parece una torre de babel, se habla en todas los  idiomas: ruso, francés, alemán, chino mandarín, japonés, portugués, etc.  

Entramos a la ciudadela por la puerta principal, un marco de bloques de piedra finamente pulidos. Lo que sigue son construcciones rústicas de piedra con adobe. Pudieron ser almacenes, talleres o tambos donde dormían los forasteros. En la plaza de la ciudadela, dando la vuelta nos topamos con un palacio en cuyo muro hay una piedra con 32 ángulos. Dentro del local, dos españoles explican que hasta el susurro de una palabra en una hornacina se escuchará en la del frente como si las piedras tuviesen vasos comunicantes entre sí. “Eres un capullo” dice uno y el otro en el otro lado admite haberlo escuchado. Fernando Astete lo atribuye a que no hay fisura entre piedra y piedra. Y esa es la característica de la arquitectura inca, bloques inmensos calzados con precisión de cirujano. En las ranuras no entra un alfiler.

En la Plaza Sagrada destaca nítidamente el templo de las Tres Ventanas, una colosal construcción rectangular de piedra de granito blanco pulida. La montaña proveyó una generosa cantera para levantar estos edificios. Descendemos por una gradería tallada sobre rocas. Iremos al Templo del Sol, este monumento fue clave, Bingham identificó en él características parecidas con el Coricancha del Cusco.

La casa del Inca y la Ñusta, las  piletas por donde discurren chorros de agua, el templo del cóndor, cierran este recorrido. En la montaña el sol se oculta temprano, hoy no es la excepción. A las cinco de la tarde cerrarán las puertas del santuario. Abajo el Urubamba es una hilera silenciosa que acordona la montaña. Acá su ruido no es soberano, sino estas piedras artísticamente trabajadas, con la paciencia de un poeta a la hora de pulir la palabra. Estamos en el reino del dios Sol.

¿Qué fue Machupicchu?

Fernando Astete señala que fue una ciudad  nexo entre la selva y los Andes peruanos. Se edificó en el gobierno de Pachacútec  y su construcción demoró por lo menos 100 años. La obra está inconclusa, prueba de ello algunos bloques cortados de la roca madre  y palacios que se abandonaron a medio hacer.

Según Astete, en la ciudadela se estima vivieron unos 500 habitantes, que huyeron probablemente a Vilcabamba detrás del Inca. No se sabe porque los españoles nunca la descubrieron, si ellos también enrrumbaron en busca de las últimas huestes incas y pasaron por la otra banda con sus caballos. Es un misterio que hasta ahora es indescifrable.

Datos

699 mil turistas arribaron el año pasado a la ciudadela inca, doscientos mil menos que el 2009 por las lluvias.

2007 la ciudadela fue declarada maravilla del mundo moderno, lo que contribuyó al incremento del flujo turístico en Cusco.

Fuente: La República