Ayer tuve la oportunidad de acudir a una charla sobre competencias básicas (sí, sé que ahora se denominan competencias clave) que se impartió en mi centro educativo. Ya sabéis que, por suerte o desgracia, tengo la necesidad de explayarme acerca de cuestiones educativas y, hoy no puedo evitar seguir reiterándome en uno de los postulados básicos de la mejora educativa: la necesidad de obviar el papeleo para centrarnos en el aula.
No, no tienen ningún sentido las rúbricas de evaluación para complicar, aún más si cabe, el proceso que permite dar como aptos o no a nuestros alumnos. No, no tiene ningún tipo de sentido una programación de curso que se realiza a principios del mismo y que no va a incluir ninguna de las casuísticas que se puedan dar a lo largo del año. No, sigo sin entender la necesidad de papeles y más papeles para justificar prácticas educativas que lo único que hacen es derivar el esfuerzo que debería hacerse en las mismas hacia cuestiones tan banales como rellenar formularios, justificar acciones formativas o, incluso, validar un modelo de docencia más ágil a golpe de cantidad de papeles con diferentes sellos.
Estoy convencido de la necesidad de hacer fácil la profesión. De, dentro de los márgenes que nos permite la misma -que son más amplios de los que nos pensamos- poder hacer cosas nuevas, equivocarnos y volver a plantear otras cosas diferentes. Quizás es que sea muy poco amigo de la regulación o del control o que considere al caos como mi gran amigo pero, sinceramente, es que no puedo con el papeleo. Ni con el papeleo, ni con las prácticas educativas que exigen aún más papeleo para ser gestionadas. No sé, como no sabía antaño, la utilidad que tiene poseer en papel o formato digital cientos de papeles para justificar mi práctica educativa. No creo tampoco que quien atesore más cantidad de los mismos sea mejor profesional. Más trabajador a nivel “papelario” quizás pero, la profesionalidad del docente nunca se demuestra en los papeles.
Supongo que, en el caso de los papeles, hablo de extremos. Que quizás, los papeles en su justa medida tengan su utilidad pero, para alguien cuya máxima es el aula y mejorar lo que pasa en ella -con sus aciertos y sus errores- es tan sólo una pérdida de tiempo. Tiempo que pasamos como docentes en demasía rellenando burocracia o justificando, mediante documentos que nadie va a leer jamás, nuestra competencia profesional. Con lo fácil que sería que alguien pasara por nuestras aulas para ver qué hacemos y nos diera algunas indicaciones. Con lo productivo que sería reducir el trabajo carcelario -o sea, el ejercer de burócrata- a su mínima expresión. Eso sí, cuando lo único que importa son los papeles o la necesidad de justificar por escrito lo que uno hace en su trabajo en lugar de validar los resultados obtenidos desde una óptica global, es que hay alguien, en algún momento y con capacidad de decisión en el ámbito educativo, que ha confundido el tocino con la velocidad.
Fuente:
Lo mejor que eso papeleos ni siquiera son tomados en cuenta….basta de hacer por hacer muchas cosas que no reflejan lo que se hace en el salón de cada aula.