¿Fracaso educativo?, por Richard Webb

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Pese a la mala calidad de la educación en el Perú, quizá tenemos mecanismos que no estamos apreciando adecuadamente

Diariamente repetimos que la educación peruana es un fracaso. Allí están los resultados de las evaluaciones PISA que nos relegan al último lugar en las comparaciones internacionales. La llegada de PISA fue como prender una luz sobre un escenario hasta entonces oscuro, resaltando repentinamente las deficiencias de nuestras escuelas.

Pero las luces del escenario también ciegan, impidiéndonos ver lo que no se encuentra directamente iluminado. Y el escenario de la educación contiene mucho más de lo comprendido en los números PISA. Una mirada más completa mostraría, primero, que la educación nacional ha sido una de las grandes transformaciones del siglo pasado, y, segundo, que la educación incluye muchos aprendizajes no captados por PISA.

Recordemos, por ejemplo, que hace apenas sesenta años más de la mitad de los peruanos no sabíamos leer o escribir. Siete de cada diez mujeres eran analfabetas. A inicios del siglo XX, apenas 85.000 niños asistían a la escuela, mientras que hoy son 8,5 millones, cien veces más. La escuela se ha vuelto un derecho universal. Los maestros enviados a los poblados más alejados de la Amazonía tardan semanas para llegar, pero llegan. Y si de comparar números se trata, la expansión escolar peruana fue líder en Sudamérica durante el siglo XX, y la universalización se sigue extendiendo a las poblaciones preescolar, secundaria y universitaria. La calidad todavía es mala, pero la democratización educativa es destacable en un país necesitado de cambios estructurales conducentes a reducir la desigualdad.

Además del aspecto cuantitativo, el escenario de la educación incluye importantes aprendizajes no captados por PISA. En 1902 Joaquín Capelo enfatizó la relación entre los valores y el progreso de las naciones. “La vitalidad de las grandes naciones —dijo— emana de su manera de ser”. El pueblo francés, por ejemplo, tenía el hábito del ahorro; el inglés, el sentimiento del deber; los alemanes, costumbres sanas y laboriosas, y los estadounidenses, una convicción de su propia suficiencia. Hoy seríamos más cautos para generalizar así, pero qué duda cabe de que nos falta poner más atención a los valores. Especial agradecimiento le debemos a Constantino Carvallo, quien no tuvo miedo de centrar sus reflexiones e iniciativas educativas en el “contacto entre almas humanas”.

Existe además un vasto conglomerado de academias, institutos y otras entidades educativas no escolares que enseñan artes productivas. Seymour Martin Lipset relacionó el progreso con valores relacionados con la innovación y la solución de problemas, valores que hoy son transmitidos en la labor motivadora de Nano Guerra García y en los muy buscados libros de David Fischman. Nada de ese esfuerzo es contabilizado por PISA, aunque es posible que contribuye mucho al éxito de las pequeñas empresas. Iván Illich, gran crítico de la educación escolar formal, propuso reemplazar las escuelas por la educación persona a persona, o “redes educativas”, anticipando hace cuarenta años la potencia educativa de Internet.

Las limitaciones de PISA son evidentes cuando estudiamos su capacidad para predecir el éxito económico. De los seis países “estrellas” en el ránking PISA —Corea, Singapur, Finlandia, Hong Kong, Taiwán y Japón—, solo Singapur le ganó al Perú en crecimiento durante los últimos veinte años. Quizá tenemos valores o mecanismos educativos que no estamos apreciando adecuadamente.

RICHARD WEBB

Director del Instituto del Perú de la USMP

Fuente: El Comercio.pe