El colegio público de Lima con mejor rendimiento está en Jicamarca

colegio fe y alegria

Desde hace ocho años, cada día, cuando el frío hace temblar y las luces de los postes perforan el manto blanco de la niebla, el profesor Juan Villegas sale de su casa a las 4:30 de la madrugada, se despide con un beso de sus tres hijas y esposa, y camina hacia el paradero La Flecha, en el kilómetro 37 de la Panamericana Norte, en Ventanilla. Aquí inicia un viaje que lo hará atravesar 10 distritos, recorrer 110 kilómetros, tomar tres ómnibus y un mototaxi para, finalmente, llegar a su destino: el colegio Fe y Alegría N°58, en Jicamarca, la escuela que retó a la pobreza y que ocupa, desde el 2011, el primer lugar de la evaluación académica en toda Lima.

¿Por qué un profesor decide dormir no más de 5 horas diarias y hacer un viaje interprovincial Callao-Lima-Huarochirí de dos horas y media para llegar siempre 25 minutos antes de las 8 a.m.? “Yo disfruto enseñando en este colegio. Me identifico con cada alumno. Veo en cada uno de ellos un proyecto, una oportunidad”. El maestro Juan Villegas, de 33 años, enseña música en esta escuela rodeada de cerros y casitas de madera.

Aquí, los 35 profesores reciben el mismo sueldo y beneficios del Estado para el sector público. Tal vez por eso las palabras del docente resultan extrañas, ajenas en estos días en los que solo se habla del último puesto que ocupamos en la evaluación PISA y de lo mal que estamos. “A los profesores de este colegio nos gusta enseñar. Estamos comprometidos y queremos demostrar que las cosas pueden cambiar”, dice. Este colegio ocupa, también, el primer lugar de todos los Fe y Alegría de Latinoamérica en comprensión lectora: hay niños de 13 años que han leído más de 150 libros.

LA CLAVE DEL ÉXITO

El polvo es uno de los peores enemigos del Fe y Alegría N° 58 Mary Ward. No hay pistas en esta zona de Villa Esperanza, solo caminos de tierra. Tampoco hay agua potable y desagüe, pero el Fe y Alegría de Jicamarca desafía a las necesidades: “No queremos una escuela pobre para niños aun más pobres, queremos una escuela de calidad”, remarca la hermana irlandesa Patricia McLaughlin, directora y lideresa que ha encabezado la transformación de este colegio desde su fundación en el 2001.

De todas las historias que se escuchan sobre el liderazgo de la hermana Patricia, hay una que resume su actitud frente a la escuela. Hace años una empresa donó unas cajas de cuadernos y lápices. Al abrirlos se percataron de que estaban usados. “Los lápices eran pequeñitos de tanto haber sido tajados y los cuadernos tenían varias páginas usadas”, recuerda la profesora y subdirectora Guillermina Quispe. “Déjalos, no los usaremos –le dijo la hermana–. Aquí no aceptaremos sobras de otros. Mis niños no son diferentes a los de las mejores escuelas. Todo será nuevo para ellos”.

A Guillermina Quispe le sorprendió la respuesta, pero luego comprendió que reforzar la autoestima de alumnos y docentes era uno de los retos fundamentales para el aprendizaje. El otro factor que le abrió las oportunidades a los escolares de Jicamarca fue la lectura. “Entendimos que el origen de los problemas con las matemáticas era que los alumnos no comprendían las preguntas, por lo que decidimos reforzar la lectura”, recuerda Guillermina.

¿Cómo hacer que un niño lea si en casa los padres trabajan?, se preguntó la directora. Diseñó entonces un modelo de incentivos. Cada libro leído otorgaría puntos y, luego de acumular cierto puntaje, el niño recibiría una pulsera de colores. A más libros, más pulseras. Los niños podían llevarse el libro a casa las veces que quisieran. Construyeron una biblioteca de colores intensos y cojines sobre el piso que los mismos chicos diseñaron y eligieron. De pronto, los alumnos comenzaron a leer.

Guillermina Quispe llegó para enseñar solo un año y ya lleva once. “Al inicio no creí en la iniciativa de la hermana. Yo venía de enseñar en un colegio administrado por el Estado y había estado en otro privado, pero aquí todo era distinto. Ella establecía una relación cercana con los maestros y con los padres. Su entusiasmo nos contagió a todos. Ahora ya no me quiero ir”.

En los colegios Fe y Alegría son los directores los que seleccionan a los docentes. Cada vez que elige a un profesor, la hermana Patricia organiza una clase modelo para 30 escolares. No escucha la clase: está pendiente del rostro de los niños. “Si el profesor capta su atención, entonces se queda”, dice.

No hay educación de calidad sin una alimentación adecuada. El Estado provee desayunos y el colegio garantiza, además, 500 almuerzos para los niños de inicial, primer y segundo grado. “Dios no tiene favoritos. Queremos que nuestros niños tengan las mismas oportunidades que otros. Ellos tienen las mismas capacidades, solo necesitan una oportunidad”, agrega la hermana Patricia.

MÍSTICA Y COMPROMISO

El profesor Villegas se ha quedado dormido varias veces y ha despertado en Surco. Por eso, desde hace meses, en el primer tramo de Ventanilla a Puente Nuevo, programa su alarma para las 6 a.m., minutos antes de llegar a su paradero. En estos años, los maestros de Jicamarca han domado el tiempo. Raras veces alguno llega después de las 7:45 a.m. “Todos somos puntuales porque respetamos a los estudiantes. Estamos pendientes de lo que pasa con ellos. Si alguien falta, vamos a buscarlo a su casa”, revela Villegas.

El modelo funciona. Tres estudiantes de la promoción 2012 estudian becadas en importantes universidades privadas. Muchos otros han ingresado a otras públicas, y varios se preparan para seguir el mismo camino.

Juan Villegas está orgulloso. Él también estudió en un colegio Fe y Alegría, donde descubrió la música y conoció a los compañeros con los que más tarde fundó el grupo Sonqo, corazón en quechua, por el símbolo de este movimiento estudiantil cuyo modelo ha mejorado la educación pública.

OTRO RECONOCIMIENTO

Esta semana el colegio Fe y Alegría 58 ganó el premio La Buena Escuela, iniciativa de Empresarios por la Educación, que reconoce las mejores prácticas educativas.

Fuente: El Comercio.pe