El poeta peruano José María Eguren (1874-1942) murió hace 70 años, el 19 de abril de 1942, pero sus libros siguen vivos en la memoria de los lectores. Sin embargo, una faceta de su vida menos conocida es el amor por la pintura y la curiosidad por la fotografía que lo encandilaba. En su caso, la vida y el arte se complementaron de una forma maravillosa. Fue un artista sin fronteras, que solo aspiraba a conocer la esencia de lo humano.
Nació en Lima el 7 de julio de 1874, y ese mismo día fue bautizado en la Iglesia de San Sebastián, en el barrio de Monserrate. A los seis años de edad, en 1880, tras la ocupación del ejército chileno en Lima, sus padres lo llevaron a vivir a la hacienda Chuquitanta, a las afueras de la capital, donde su progenitor era administrador.
Al año siguiente también vivió en la entonces hacienda Pro, y a pesar de haber terminado la ocupación sureña en 1883, sus padres procuraron mantenerlo en esos lugares (aún) campestres, por contar con un clima más propicio para el niño José María.
De esta manera, el futuro poeta vivió lejos de sus hermanos, de su familia, y muy cerca de la naturaleza, un elemento clave en su concepción del arte y la literatura. No hay duda de que la soledad del entorno natural perfiló sus años de aprendizaje visual.
Al mismo tiempo que desarrollaba su vocación por la poesía, por las palabras, Eguren vivió fascinado por las artes plásticas, por los colores y las formas, y también por los recientes avances tecnológicos, entre ellos la fotografía.
LA PINTURA
En 1892 Eguren participó con un óleo en la ‘Exposición Nacional de 1892’ en Lima. Cinco años después, en 1897, ocurrió algo trascendental en su vida: el joven de 23 años se mudó al balneario de Barranco, tras la muerte de sus padres.
La vida diaria la compartió con dos de sus hermanas, Susana y Angélica; con ellas, solteras hasta la muerte, el poeta viviría toda su vida.
Entonces publicó ‘Simbólicas’ en 1911 y ‘La canción de la figuras’ en 1916, con estos dos libros Eguren mereció la admiración de los escritores de su época. Salía así de su círculo privado, y se abría al mundo con sus versos rítmicos, de mucho color y densidad conceptual.
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