Los habitantes de Iquitos lo saben sin necesidad de un riguroso estudio: hay más niños trabajando en la ciudad. Basta con observar a los que venden golosinas o cigarrillos o a los que se ofrecen como cuidadores de motos.
Según diversas ONG, como Capital Humano y Social Alternativo (CHS) o La Restinga, el 70% de los escolares de zonas pobres trabaja. Y no todos los niños que trabajan necesariamente estudian. Además, según CHS, en los últimos cinco años, la edad en la que un niño empieza a trabajar se ha reducido: de 10 a 5 años.
TRABAJO VS. EXPLOTACIÓN
Un menor al que llamaremos Carlos tiene 13 años, pero trabaja desde los 11. Todos los días ayuda a su madre a vender pescado en la puerta de su casa en Belén, pero los fines de semana limpia nichos en el cementerio de la ciudad. “Al principio tenía vergüenza, pero ahora me gusta”, cuenta. “Me parece bien que trabaje, ayude en casa y no ande ocioso”, dice su madre, que mantiene a sus hijos con lo poco que vende.
En Loreto, donde el índice de pobreza engloba a casi 70% de la población y el promedio de hijos por familia es de 3,8, se estima que por familia trabajan dos menores de edad. Ellos se ven obligados a hacerlo para ayudar en casa, donde el ingreso es menor a un salario básico (S/.600).
“El trabajo para un niño no está mal, siempre y cuando trabaje de acuerdo con su edad, desarrollo físico y mental, sin descuidar su educación y siempre bajo el cuidado de sus padres. Hay que comprender la pobreza de estas familias. Lo terrible es cuando se llega al extremo de la explotación”, refiere Jorge Polar, director de La Restinga, quien lleva más de 10 años cerca de estos niños trabajadores.
Lo difícil muchas veces es diferenciar la ambigua línea entre trabajo infantil y explotación infantil. Otro menor al que llamaremos Roger tiene 16, pero trabaja desde los 12. A esa edad, laboró en un aserradero. Siendo tan pequeño no podía cargar más de 10 kilos, pero para conservar su trabajo debió esforzarse. Y fue así como empezó a exigir su cuerpo. Hoy, a sus 16, es un adolescente recio, ancho, con manos heridas y la espalda como un gran cayo. “Para jugar tenía mi tiempo, pero me gusta trabajar. No me gusta sentirme vago”, cuenta mientras muestra orgulloso la computadora que compró hace poco: una modelo 486 de hace 10 años. Ganaba 12 soles diarios.
Ahora Roger ha decidido no estudiar el último año de secundaria para poder aceptar una labor más lucrativa que le ofrece S/.600 mensuales. Trabajará como cargador en un bote que hace la ruta Iquitos-Pucallpa.
Menores como Roger son explotados laboralmente. “El ritmo y esfuerzo de trabajo que se les exige por quienes los contratan cancelan su oportunidad de una experiencia escolar exitosa, lo que poco a poco merma sus expectativas de futuro”, dice Ana Cecilia Romero, directora de la oficina local de CHS. Entran en una vorágine de tener que trabajar por el día a día y dejan de lado una formación escolar exitosa.
URGEN ACCIONES CONCRETAS
A la falta de educación se suma otro riesgo: la violencia y el abuso al que quedan expuestos. Un ejemplo es el menor al que llamaremos Jorge, tiene 15 años y trabajó siempre con su hermano, en el cementerio de la ciudad. Una tarde, siendo más niño, trataron de abusar sexualmente de él. Ahora es una persona introvertida y tímida, habla muy despacio y no se relaciona con facilidad. Está herido emocionalmente. Cuando ve la cámara se asusta, pero decide sonreír lo más que puede.
“Es necesario que intervengan entidades que sean capaces de realizar acciones en concreto. Para solucionar este problema falta mucho”, dice Lizbeth Castro, defensora del Pueblo en Iquitos.
Con ese espíritu se instauró el Comité Directivo Regional para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil en Loreto (CDRPETIL), que coordina a los cuatro municipios de Iquitos, la Dirección Regional de Educación, de Turismo, PNP, Poder Judicial, fiscalía, etc., pero cuyas iniciativas hasta ahora no transcienden de las campañas de sensibilización. Estas son un buen comienzo, pero no es suficiente.
Es urgente repetir las experiencias exitosas como las de Encuentros, La Restinga o CHS, que han demostrado ser más efectivas. Gracias a estas, los niños aún mantienen sueños que yacen escondidos tras el sudor de su frente y que otros ya perdieron: Carlos quiere ser veterinario, Jorge quiere ser químico y su hermano quiere ser mecánico.
Fuente: El comercio