En semana santa conmemoramos la vida y, sobretodo la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Es la celebración litúrgica de mayor trascendencia en el calendario religioso cristiano, por el contenido de inmenso amor que Dios nos dispensa a todos sus hijos, al entregar su vida para redimirnos del pecado original que nos legaron nuestros primeros padres por su desobediencia.
Tiene la plenitud: el día jueves santos por la tarde, en el que celebró la ultima cena; continua con el viernes santo, recordando el vía crucis con el sufrimiento de cristo en camino al calvario y su muerte; el sábado de gloria, con la evocación del descanso del salvador después de su crucifixión y colocado en el santo sepulcro y termina con el domingo de Gloria en que recordamos el paso de la muerte al camino de la vida eterna por el amor que cristo nos dispenso al morir para salvarnos del pecado original y hacernos participe de gozar con el de la v ida celestial.
Todas estas celebraciones tienen su antecedente en el cuaresma, que es un simbolismo que tiene que ver con el número cuarenta: cuarenta días del diluvio antes de la alianza de Noé, cuarenta años de peregrinación de Israel por el desierto, los cuarenta días que Jesús ayuno en el desierto, etc, comienza el miércoles de ceniza y termina el jueves santo ante s de la celebración eucarística vespertina. Estos cuarenta días son una preparación para recibir la semana santa en comunión con Dios.
El mundo cristiano celebra la semana santa con penitencias, recogimiento, reflexiones y compromiso cristiano que nos ponen frente al amor sublime que Dios tiene por su creación más acabada: el hombre: En estos días afianzamos nuestra fe fortaleciendo los dogmas que la Santa Iglesia nos propone, examinando nuestra conducta como cristianos y buscando comprometernos con los designios de dios y cumpliendo su voluntad encerrada en el precepto “Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”