Estudiantes de la UNI a la conquista del espacio

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Fueron pilotos de naves de cartón cuando niños y seguidores de Star Wars, Star Trek y Stargate. Los muñecos a control remoto los apasionaban (y todavía lo hacen), al igual que los brazos mecánicos y las figuras de Lego. Estas extravagancias los llevaron a soñar con poner artefactos en órbita, a cientos de kilómetros del planeta, y hoy, gracias a sus socios rusos, están a punto de lograrlo.

En los últimos tres años, los jóvenes del Centro de Tecnologías de Información y Comunicaciones de la Universidad de Ingeniería (CTIC-UNI) se han formado para construir satélites. Chasqui I es su primera creación y, por ahora, este aparato reposa en las instalaciones de la Universidad del Suroeste de Rusia (UESOR), en la ciudad de Kursk, a 530 kilómetros de Moscú.

El 20 de diciembre del año pasado, cinco estudiantes entregaron esta máquina al profesor Valerian Pikkiev, representante de UESOR. En el encuentro también estuvieron presentes la profesora ucraniana Svitlana Sespedes (experta en química de la UNI y traductora) y el rector de esta casa, Aurelio Padilla. No hubo mucha pompa, pero sí bastante sobriedad. En el laboratorio en el que Chasqui I fue probado, todos vistieron guardapolvos blancos. Era como si los siempre apurados ingenieros –maestros y estudiantes– hubieran preferido imitar a la nieve que vestía Kursk en esos días.

Luego de las pruebas, tal como lo cuenta José Oliden, director de CTIC-UNI, quedó comprobado que Chasqui I estaba listo para volar fuera del planeta y cumplir su misión. Nuestro compatriota de metal y un kilo de masa había cumplido con las exigencias de los rusos y sin quererlo también había convertido en pioneros a los cinco estudiantes que lo habían escoltado desde Lima: Renato Miyagusuku, John Rojas, Fredy Calle, Edgardo Toshiro y Dante Inga.

 VIDA Y MUERTE DE CHASQUI

Antes de llegar a Kursk, una ciudad que se precia de haber sido escenario de la batalla con tanques más grande de la historia (en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial), Chasqui I ya era más que la suma de unos componentes y una estructura mecánica que le daba la forma de un cubo: era el principal proyecto universitario relacionado con la exploración desde el espacio.

Su misión es fotografiar la superficie del Perú desde su órbita ubicada a 350 kilómetros del planeta. La sencilla cámara C-MOS, que lleva como corazón, y sus baterías de litio serán sus principales aliados en el vacío espacial.

Pero antes de someterse a la misma inercia que soportan los cosmonautas, el pequeño satélite –o nanosatélite– tendrá que hacer un último viaje por tierra. De Kursk tomará rumbo este y pasará a Kazajistán, ex república socialista soviética en la que se encuentra el cosmódromo de Baikonur, propiedad de Roscosmos, agencia espacial rusa.

Un cohete que despegará desde este lugar llevará a  Chasqui I  a la Estación Internacional Espacial. Y desde allí será lanzado por dos  cosmonautas rusos para que cumpla su ciclo de orbitaje.

En tierra, los jóvenes de CTIC seguirán la trayectoria de Chasqui I durante dos meses, desde sus instalaciones en San Martín de Porres y también en Inictel, San Borja. Luego, las baterías del pequeño satélite agotarán su carga y Chasqui I morirá.

«Estos satélites tienen una vida breve», dice el profesor José Oliden. Y no hay sabor a pérdida en sus palabras. Por el contrario, la construcción de Chasqui I ha servido para sentar los cimientos del primer centro de formación de ingenieros expertos en construcción de satélites del Perú.

Y, gracias al pequeño satélite, los jóvenes que pronto podrán monitorear al país desde el espacio cuentan con instrumentos que ningún otro centro de nivel universitario tiene. Hasta nuestra modesta agencia espacial, la Comisión Nacional de Investigación y Desarrollo Aeroespacial (Conida), ha visto con sorpresa la construcción de estos aparatos.

VACÍO SIDERAL EN SMP

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El ojo escasamente entrenado de un reportero puede confundir a Chasqui I con un pisapapeles cúbico, y a su hermano menor RadioSkaf 3, con una maleta gris sacada de los almacenes del aeropuerto Jorge Chávez. Y en el ordenado laboratorio de CTIC, uno de los principales instrumentos de medición, la cámara de simulación del vacío del espacio, podría pasar con la escafandra perdida de un viejo buzo.

La ciencia dice que el universo tiene varios miles de millones de años de antigüedad. A los muchachos de la UNI les tomó cuatro meses reproducir una versión artificial del vacío cósmico para someter a prueba todos los componentes del Chasqui I.

No es todo. Como si se tratara de cosmonautas que entrenan sus cuerpos para acostumbrarse a la inercia del espacio, donde los seres humanos se parecen más a globos de látex que dan tumbos, las piezas de Chasqui I también pasaron por un simulador de inercia espacial, un pequeño aparato que puede moverse aleatoriamente en diferentes direcciones y que, en realidad, parece un estuche para guardar CDs.

Pero el artefacto engreído en CTIC es RadioSkaf 3, el Benjamín de la familia. Pesa 50 kilos y tiene doble nacionalidad: rusa y peruana. En realidad, es un proyecto binacional de microsatélite que también hará fotos, en filtro normal y en infrarrojo. Además, dentro de su piel de duraluminio, los alumnos rusos y peruanos podrán hacer experimentos.

Los rusos construirán la estructura de RadioSkaf 3, por ello su parte externa lleva inscripciones en el alfabeto cirílico. La parte peruana se encargará del módulo de control y de organizar los experimentos. El proyecto está a un 40%, pero en la UNI esperan terminar rápidamente con su nueva creación. Cuando sea puesto en órbita, RadioSkaf 3 cumplirá una misión de seis meses. Luego, como su hermano Chasqui I, dejará de funcionar.

LATAS QUE VUELAN

¿Cómo se aprende a construir satélites? Primero, hay que tener una especialización en una de las siguientes ramas de la ingeniería: electrónica, mecánica, sistemas, física, química y mecatrónica.

Además se necesita viajar. Mucho. En los dos últimos años, después de ser seleccionando en CTIC, Renato Miyagusuku ha estado en Estados Unidos, España y Japón. Este experto en robótica que siempre se interesó por las cosas articuladas, desde huesos de pollo hasta complicados sistemas cibernéticos, viajó a Japón para aprender a lanzar latas al espacio, literalmente.

En el 2011 participó de una exhibición del programa Cansat, con el que los japoneses enseñan a sus estudiantes de secundaria a lanzar componentes dentro de latas de gaseosa. Estos dispositivos, al caer, recogen información. Son, si se quiere, una forma embrionaria de satélites.

El Perú ya tiene su propio programa Cansat. Sus exponentes son los entusiastas Jorge Gómez y Antoni Mauricio, quienes han conseguido que su lata no solo caiga a tierra sino que se desplace mediante unas ruedas de aluminio al punto de partida.

En CTIC la innovación es la regla. Gracias a este centro de formación, el Perú tendrá 20 tesis dedicadas a la construcción de satélites. Y sus integrantes no dejan de soñar. El huancaíno Dante Inga piensa ahora en aprovechar RadioSkaf 3 para realizar experimentos que detecten ondas producidas por fenómenos atmosféricos. Suena complejo y lo es. Pero para estos muchachos, a diferencia de lo que cree el señor Spock de Star Trek, el espacio no es la frontera final.