Currículo por competencias o por indicadores: dilemas peligrosos

Muchos son los términos nuevos que han llegado al mundo de la educación desde la segunda mitad del siglo XX. Es natural, la pedagogía evoluciona y lo hace al ritmo de las disciplinas de las que se nutre, que hoy por hoy es vertiginoso. El conocimiento científico se multiplica por dos cada 15 años y han transcurrido más de 20 desde que los currículos y sus enfoques se modificaron radicalmente en la mayoría de países del mundo.

Uno de ellos es el término «indicador». Según Angélica Mondragón, del Instituto Nacional de Estadística de México, pese a que no existe una definición oficial de ningún organismo internacional sobre este concepto, una de las más utilizadas es la aportada por Raymond Bauer, que los define como cualquier forma de indicación que nos facilita comprobar dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos respecto a determinados objetivos.‘Cualquier forma de indicación’ quiere decir cualquier tipo de señal que nos permita verificar si algo cambió o se logró en la medida de lo que esperábamos. Por ejemplo, una de las capacidades de la competencia de comunicación oral para la educación básica se denomina «Interactúa estratégicamente con distintos interlocutores». ¿Qué señales concretas me indicarían que el estudiante está logrando hacer esto? Si hablamos de niños de 2º grado, serían varias: si vemos que formula preguntas, ofrece respuestas, hace comentarios relacionados al tema de conversación, utiliza un vocabulario que es de uso frecuente o hace uso de normas de cortesía apropiadas en ese contexto. Aquí tenemos cinco.

Estas cinco señales o indicios pretenden reflejar el estado de la capacidad de interactuar de manera estratégica con cualquier interlocutor. Uno solo no me indica nada, para la evaluación de la capacidad necesito varios indicadores. Para este caso, necesito los cinco.

Pero aquí ocurre algo curioso. La interacción estratégica con el interlocutor es apenas una de las seis capacidades que necesita lograr un estudiante para poder comunicarse oralmente de manera competente. Por ejemplo, requiere también desarrollar la capacidad de elaborar un discurso de manera coherente y cohesionada. ¿Cómo saber que es capaz de hacer esto? Hay cuatro señales o indicios que yo debo verificar: si puede desarrollar varias ideas en torno a un mismo tema, si puede establecer relaciones lógicas entre estas ideas, si sabe utilizar conectores y si utiliza un vocabulario de uso frecuente.

Cada una de estas seis capacidades posee indicios concretos que permiten verificar su logro y que en el Currículo Nacional están descritos en los llamados «desempeños de grado».

Pero, mucha atención. Cuando un niño habla con otro niño o con un adulto, demuestra competencia de comunicación oral solo cuando pone en juego no una o dos sino las seis capacidades, porque se expresa y escucha al mismo tiempo. Esto le exige combinar todas ellas de la manera más apropiada posible. Que pueda hacer eso es el propósito final de la enseñanza de la comunicación oral.

Hasta aquí todo luce muy razonable y en verdad lo es, si vemos la competencia como un todo y la asumimos en sí misma como un resultado a lograr y comprobar, pero también como el resultado principal al que debemos dirigir nuestros esfuerzos. He aquí, sin embargo, que aparecerá una nube negra, oscureciéndolo todo.

La nube negra

Toda esta lógica se desbarata cuando enfocamos día a día la enseñanza no en la competencia, ni siquiera en sus capacidades, sino en uno u otro de los indicadores de algunas de ellas. En ese momento, la competencia como resultado principal a ser logrado se pierde de vista y se convierte de pronto en un referente lejano, una suerte de objetivo general. En otras palabras, es el momento en que el currículo deja de ser un currículo por competencias para convertirse en un currículo por indicadores.

Imaginen por un instante que una persona llega a la Emergencia de un hospital con 40º de fiebre y un dolor intenso en el abdomen. Los análisis clínicos determinan que la fiebre es causada por una infección aguda en el hígado, que hay sangrado interno y que parte de él necesita ser extirpado. Supongan ahora que se interna al paciente y se le prepara para la cirugía. Naturalmente, antes de intervenirlo necesitan bajar la fiebre, cortar la infección y parar el sangrado. Pero, ¿qué pasaría si el médico se enfoca en los síntomas y luego de bajar la fiebre y curar la infección manda al paciente a su casa con analgésicos?

Eso es exactamente lo que ocurre en el aula cuando la enseñanza se centra no en las competencias sino en indicadores aislados de algunas de sus capacidades. Y van a disculparme los colegas que producen a gran escala y con mucho esmero profesional «Sesiones de Aprendizaje» a ser distribuidas masivamente en las escuelas, pero a eso están induciendo estos instrumentos a los docentes. Cuando las sesiones se enfocan en indicadores, llevan al docente a creer que la implementación de un currículo por competencias consiste en enseñar pequeños aspectos de capacidades aisladas.

Tengamos muy en cuenta que la función de los indicadores es conocer de manera concreta la magnitud del logro y la evolución de una capacidad específica, para poder elaborar un pronóstico de las posibilidades y necesidades de cada alumno. Eso nos permite saber qué aspectos debo reforzar y cuáles no. Pero tengamos en cuenta también que un solo indicador no me ayuda a determinar el logro de una capacidad.

Competencias, desempeños e indicadores

El Currículo Nacional ha planteado el concepto de «desempeño de grado» como evidencia de avance en el logro de una determinada competencia, tomando como base los estándares de ciclo. Al hacer eso, ha eludido intencionalmente el concepto de «indicador» para evitar que la enseñanza continúe fragmentándose, hábito que fue reforzado por el DCN y que da continuidad a la antigua tradición de un currículo por objetivos, que nos habituó a partir y dosificar los contenidos. No obstante, el problema a mi juicio no está en el concepto de indicador sino en la manera de utilizarlo y gestionarlo.

Una de las capacidades de la competencia «Indaga mediante métodos científicos», por ejemplo, es la de generar y registrar datos o información. Cuando leemos el desempeño que corresponde a esta capacidad para niños de 4º grado, es perfectamente posible distinguir los cuatro aspectos que incluye y que pueden considerarse cuatro evidencias de logro: obtiene datos cualitativos y cuantitativos, hace mediciones con instrumentos de medidas convencionales, registra y representa datos en organizadores de acuerdo a diferentes criterios; y considera instrucciones de seguridad al recoger la información. Si observo que el alumno hace bien estas cuatro cosas, entonces sé que ha logrado la capacidad.

Pero si las Sesiones de Aprendizaje se enfocan hoy en uno de esos aspectos y mañana en algún otro aspecto de otra capacidad de esta competencia, y pasado mañana en un aspecto específico de la capacidad de una competencia de otra área curricular, ¿cuándo y cómo logrará el alumno ser competente en indagación mediante métodos científicos? La vida entera no alcanzará para dar cobertura uno a uno a todos los indicadores de todas las capacidades de una competencia y, menos aún, a obtener el resultado final, es decir, la actuación competente del niño en el campo de la indagación. Sobre todo si tenemos en cuenta que las mismas competencias necesitan oportunidades reiteradas para aprenderse y que no pueden darse por «enseñadas», solo porque ya se abordaron en una Unidad Didáctica.

Sesiones de aprendizaje: cuándo y cómo pueden ser útiles

Como lo dije en un artículo anterior, las Sesiones de Aprendizaje, asumiendo que están bien diseñadas, son útiles para el docente como ejemplos del tipo de itinerario que podría seguir una clase de principio a fin, cuando quiere enfocarse en un aspecto específico del aprendizaje a lograr. Es decir, como un modelo de referencia, para quienes lo necesiten. Hagan una búsqueda por internet sobre recetas para hacer arroz con leche y van a encontrar en una misma página más de 20 maneras distintas de preparar el mismo postre. ¿Por qué habría que universalizar un solo procedimiento? El problema, entonces, no está necesariamente en las sesiones en sí mismas, sino en la estrategia de gestión de este instrumento.

El formato de sesiones o micro-sesiones de dos horas es útil como forma de reforzamiento de las partes de un todo, es decir, de las capacidades de una competencia que evidencien la necesidad de mayor profundización. Sin embargo, la metodología más apropiada para desarrollar competencias son las inductivas no estructuradas o semiestructuradas como el Aprendizaje Basado en Proyectos o el Aprendizaje Basado en Problemas. ¿Por qué razón? Porque permiten a los alumnos desarrollar tareas que le exigen, inevitablemente, poner en juego de manera combinada todas las capacidades de una o más competencias.

La atenta observación de ese proceso es la que permitirá al docente llevar un registro de las capacidades que requieren mayor refuerzo y en qué aspectos concretos (indicadores) en particular.

Peter Senge, en su famoso libro La Quinta Disciplina, lamenta que desde muy temprana edad nos enseñen a analizar los problemas, es decir, a descomponerlo en sus partes, como única forma de abordarlos. Dice que eso nos lleva, lamentablemente, a fragmentar el mundo. «Al parecer esto facilita las tareas complejas, pero sin saberlo pagamos un precio enorme. Ya no vemos las consecuencias de nuestros actos, perdemos nuestra sensación intrínseca de conexión con una totalidad más vasta. Cuando intentamos ver la imagen general, tratamos de ensamblar nuevamente los fragmentos, enumerar y organizar todas las piezas. Pero, como dice el físico David Bohm, esta tarea es fútil: es como ensamblar los fragmentos de un espejo roto para ver un reflejo fiel».

Las sesiones pueden ser útiles como parte de un repertorio más amplio de instrumentos didácticos que abran posibilidades al desarrollo de la competencia misma; y solo a manera de ejemplo, no como plantilla universal de uso forzoso. Los docentes requieren repertorios amplios pues la enseñanza de las competencias es un desafío complejo. Creo sinceramente de que estamos a tiempo de corregir el rumbo y el plan de implementación del Currículo Nacional es una excelente oportunidad.

Por: Luis Guerrero Ortiz

Fuente:  www.educaccionperu.org