Es lógico que nadie se cuestione que los profesionales de la salud sean el personal médico y el de enfermería. También resulta obvio que los encargados de la seguridad sean los cuerpos de seguridad y los de la extinción de incendios los bomberos. A nadie se le ocurre, si realmente quiere curarse o extinguir o fuego de proporciones considerables, ponerse a la mesa de operaciones dejando el bisturí a su cuñado o dejar la gestión de la manguera a la abuela. Queda clara la necesidad social de que existan profesionales que se dediquen a ciertas tareas. Profesionales que, por cierto, en la mayoría de ocasiones, lo hacen fantásticamente bien.El problema es cuando trasladamos esa profesionalidad al docente. Un docente que siempre está cuestionado por parte de muchos y que, curiosamente, incluso en ocasiones se plantea derivar su profesionalidad a terceros. No, los alumnos y los padres no son profesionales de la educación, aunque sí deben ser escuchados e incentivarles para participar en la escuela. El que, día tras día, está en las aulas y debe gestionarlas profesionalmente es el docente. No, no me vale decir que debemos hacer lo que nos demanden los alumnos. Si caemos en lo anterior estamos siendo unos malos profesionales. Unos profesionales que, por desgracia, cada vez nos creemos menos que lo somos. Y eso es un grave error.
Me preocupa la deriva profesional del colectivo. La necesidad de buscar referentes fuera de las aulas. El miedo a hacer lo que consideramos en la nuestra. Al final, del único que podemos aprender cómo hacer las cosas es de nuestros compañeros. No hay expertos fuera del aula. No hay profesionales de la educación fuera de ella. Hay profesionales sólo en las aulas (del nivel que sean). Es por ello que deberíamos desterrar eso que nos han vendido que de educación sabe todo el mundo y debemos guiarnos por las opiniones de alguien que, si una vez olió el aula, fue en su época de estudiante. No vale. Al menos a mí no me vale.
Tampoco me vale la opinión del cuñado, la suegra o el amigo que, por tener hijos, habla alegremente de lo que debieran o no hacer los docentes de sus hijos. No, no me vale más allá de considerarlo un chascarrillo puntual dentro del todologismo social. Sí, todo el mundo opinamos de todo pero, al final, dichas opiniones deberían quedarse al margen de la labor profesional. Algo que sucede prácticamente en todos los campos menos en el de la docencia. Un albañil no cambia la manera de poner ladrillos por mucho que el jubilado se lo diga. En cambio, en docencia, hay muchos que se cuestionan sus prácticas de aula por lo que les dicen personas que no son profesionales de ella. Curioso y digno de estudio.
Yo reivindico la profesionalidad docente. El mejor profesional y el que más sabe del aula es aquel que da clases. Lo que digan los demás, y más si es una simple opinión poco fundamentada, debería importarnos bien poco. Lo importante es saber ejercer nuestra función lo mejor posible y aprender de nuestros errores, adaptándonos a las necesidades de nuestros alumnos y usando las estrategias que nos vayan mejor en cada momento. Lo demás, mejor dejarlo para la conversación de palillo y café.
Fuente: http://www.xarxatic.com