En Ayacucho. En el Centro Rural de Formación en Alternancia del anexo de Cayramayo, en Huamanga, 57 alumnos se forman en precarios ambientes. Permanecen internados 15 días cada mes soportando el frío y el hambre. Han sufrido infecciones respiratorias y neumonía. Aquí el Estado no está presente.
Solo faltaba la orden del profesor Hugo para que todos los adolescentes huyeran a casa. El viento que soplaba en la montaña blanca advertía que no podían quedarse a dormir en el plantel. Había peligro de que mañana amanecieran otra vez con neumonía.
Donde estudia Luis (11) es un colegio de secundaria que no parece serlo. Se llama Centro Rural de Formación en Alternancia (CRFA) de Cayramayo y se encuentra en un rincón del distrito de Vinchos, provincia ayacuchana de Huamanga, a 4.250 metros sobre el nivel del mar. En ese lugar, respirar se torna pesado y está prohibido correr unos metros si no se ha crecido allá.
El ambiente, además, absorbe el poco calor que queda en los cuerpos de los muchachitos que sobreviven sin comprender aún la realidad que los rodea. Todos ellos no suelen verse como los estudiantes de la ciudad que queda allá abajo, a tres horas de viaje en auto. Los varones no lucen pantalones grises ni camisas blancas y las mujeres no conocen de faldas ni de blusas escolares. Sus únicos uniformes son las prendas que más pueden abrigar.
Este centro educativo, hundido entre montes por donde las llamas y las ovejas corren en busca de lo que queda del pasto, más se asemeja a un campamento mal instalado, si se le ve de lejos, o a un pequeño pueblo en ruinas, si uno se acerca más. No cuenta con grandes cercos que impidan que los alumnos se escapen de clases. Tampoco hay verdaderos salones que logren cobijarlos durante las horas en las que ellos resuelven problemas matemáticos: los muros de adobe se están cayendo a pedazos y los techos de calaminas ya han salido disparados en varias ocasiones cuando la naturaleza sopla enfurecida allá arriba contra los que menos preparados están.
Cuando terminó la clase de comunicación en el salón de Luis, eran las cinco de la tarde. Al salir, junto a sus compañeros del primero de secundaria, este se dio con la sorpresa de que la nevada acechaba nuevamente cerca de su colegio. En un primer momento, el pequeño de mirada tímida pensó en su mamá, su abuelo y sus dos hermanitos. «¿Cómo estarán?», se preguntó, por lo que debía salir cuanto antes. Sin embargo, la noche lo sorprendería en el camino y esa situación ya era peligrosa. Por eso dudó y decidió esperar a la señal del profesor Hugo. Él le aconsejaría.
Afuera ya estaban también los demás estudiantes de los otros años. Los varones corrían tras una pelota y las mujeres, sentadas ellas, conversaban secretamente cogiéndose sus trenzas bien amarradas. En esos momentos, los otros cinco maestros trataban de reunir a todos los alumnos sin que haya desorden, pero era imposible.
Pese al intenso frío y las precarias condiciones, los escolares no han dejado de dibujar sonrisas. Eso le da fuerzas al profesor Hugo Tineo Carlos (38) para seguir firme en esta batalla contra el mal clima y la indiferencia. Es en este pedazo de la sierra del país, a cero grados centígrados, donde se descubre por qué la educación en la zona rural presenta resultados muy por debajo de lo que se registra en el área urbana. Este docente contratado que gana cerca de 1.000 soles mensuales y pertenece a la especialidad de Lenguaje y Literatura solo mueve la cabeza de izquierda a derecha varias veces y trata de contenerse, pero no puede. «Acá llegan de milagro (las autoridades), eso pasa», responde ante una pregunta que se hace todos los días al echarse a dormir arropado entre frazadas que disminuyen el dolor que se siente en los huesos por el frío.
Luis sueña ser ingeniero civil aunque no sabe mucho de la profesión. Él es uno de los 57 adolescentes que provienen de los anexos de Tocondolo, Minas Corral, Occollo y del mismo Cayramayo, que pertenecen al distrito de Vinchos. Para llegar al colegio, tanto él como Clara (13), del segundo de secundaria, tienen que correr por lo menos dos horas desde sus casas. Es por este motivo que el CRFA de Cayramayo (creado el 2008) permite que los alumnos permanezcan en su plantel durante los primeros 15 días del mes para estudiar de ocho de la mañana a cinco de la tarde. En ese tiempo, ellos tienen hospedaje y alimentación, en teoría.
Pero el CRFA de Cayramayo no es el único. En Ayacucho existe uno en la comunidad de Uchuraccay (Huanta) y a nivel nacional hay otros 34 distribuidos en Arequipa, Apurímac, Cusco, Puno, La Libertad, Lambayeque, San Martín, Huánuco, Piura y Junín.
Mala infraestructura
Lo que sucede en este Centro Rural de Formación en Alternancia contradice las políticas dictadas por el Ministerio de Educación. Internarse en este plantel es un riesgo constante por la deficiente infraestructura que fue donada por el mismísimo centro poblado de Cayramayo. “El 90% de nuestros alumnos se han enfermado de gripe, tos y hasta de neumonía. Lo mismo ha sucedido con nosotros”, relata el profesor Teófilo Alca Huamaní (57) de la especialidad de Educación para el Trabajo.
Esta situación se debe a que los adolescentes y adultos no solo permanecen en aulas no ambientadas sino que además duermen abrigados solo con tres frazadas, sobre camas en mal estado y en ambientes desprotegidos.
Cuando Luis no halló al profe Hugo, le preguntó al profe Teófilo si se podía ir casa. Eran las seis de la tarde y ya todos sus compañeros se encontraban por los diversos caminos de Vinchos. A él le dijeron que era mejor que se quedara en el plantel. Ya el cielo pintaba de azul por completo y las luces naturales eran escasas, por lo que Luis aceptó sin decir nada, pese a que debía regresar a casa para quedarse con sus seres queridos los 15 días restantes del mes. Pero, ¿cómo se iban a enterar los familiares del pequeño que él estaba seguro en el colegio? No había cómo avisarles. Ellos solo rezarían por él.
El profesor Eulogio Rivera Díaz lleva más de un mes a cargo de la Unidad de Gestión Educativa Local (UGEL) de Huamanga, a la que pertenece este colegio experimental. Él reconoce que los recursos con los que cuenta son escasos para mejorar la precaria situación en Cayramayo. Su oficina está a cargo de 925 centros educativos que albergan a 91 mil alumnos y 7 mil 142 docentes. Rivera precisa que la prioridad son las 65 instituciones educativas (entre ellas el plantel de Luis) que se encuentran en estado crítico por su ubicación o por su infraestructura. Sin embargo, este no es el único problema.
Recursos propios
El primer día en el que los alumnos regresan al CRFA de Cayramayo deben traer consigo una bolsa de alimentos para la preparación de sus desayunos, almuerzos y cenas. Normalmente, como hacen Magaly (13), Jenny (16) y Víctor (14), todos del tercer año suelen formar una fila y entregar las papas y las ocas que sus padres acaban de cosechar, o el queso de leche de la vaca que se ha elaborado el día anterior.
“Debemos vivir de la caridad”, confiesa el profesor Edgar Loayza Guzmán (37), quien señala que el municipio de Vinchos es el encargado de entregar productos como arroz o aceite; no obstante, esto nunca alcanza. “Preocupan también los casos de desnutrición y anemia que se han reportado entre los estudiantes”, añade, mientras se llena de impotencia al recordar que los dos únicos silos que hay en el colegio ya colapsaron.
Edgar, junto a sus colegas Nora Poma (33), Lucila Huamaní (42) y Esther Díaz (35), deben caminar por lo menos 20 minutos, montaña arriba, para que la señal de sus celulares se active y puedan comunicarse con sus familiares. Por las noches, el profesor Teófilo llama a su único hijo para saber cómo va su preparación para el ingreso a San Marcos y su colega Hugo llama a su esposa para saber que todo anda bien. Ellos no van a abandonar la difícil labor que realizan en este colegio que queda a 4.250 metros de altura. Lo que ellos esperan es que los funcionarios mejoren las condiciones de estos 57 aguerridos alumnos que tienen sueños como todos los tuvimos alguna vez a su edad. Luis está dispuesto a cumplir el suyo, solo necesita que acabe esta indiferencia.
Fuente: La República.pe