En esta fecha se recuerda el triunfo glorioso de los patriotas en la batalla de Junín y para los realistas un duro golpe con la derrota.
El 6 de agosto de 1824 el Ejército Patriota y el realista se encontraron en la pampa de Junín, al sur del lago Chinchaicocha. Hubo, sin embargo, interés por ambos lados en no iniciar el ataque. Bolívar quería ganar tiempo para que llegara su infantería retrasada. Canterac, por su parte, quería salvar a su infantería adelantada. Por eso el primer encuentro, que se dio alrededor de las tres de la tarde, fue un encuentro de Caballería: la patriota que era la vanguardia de Bolívar y la realista que era la retaguardia de Canterac. Fue un combate al arma blanca que duró tres cuartos de hora; no se disparó ni un solo tiro, pero se esgrimió el sable y la lanza. Con esta última, los jinetes de ambos bandos eran realmente temibles. De una embestida con lanza de punta «acorazonada», los jinetes eran desmontados con gran facilidad, quedando al vencedor el trabajo de retirar la punta firmemente enclavada entre las costillas del vencido. Todos combatían sin cesar, patriotas y realistas se embestían con denuedo, pero la veterana Caballería de Canterac comenzó a cobrar ventaja y las fuerzas de Bolívar dieron en retroceder.
El Libertador, vislumbrando su derrota, tomó las precauciones para iniciar una prudente y ordenada retirada. Pero estando así las cosas, el mayor peruano Andrés Rázuri fingió haber recibido una orden de Bolívar para que el escuadrón Húsares del Perú atacase a Canterac; Isidoro Suárez, general argentino que lo comandaba creyó la falsa orden y, sin pensarlo dos veces, se lanzó al ataque.
Los realistas, que no esperaban la embestida, se desconcertaron, pero como los Húsares del Perú seguían avanzando y alanceando, no tuvieron más remedio que retroceder. Al ver esto las demás fuerzas patriotas recobraron la moral perdida y volviendo los pechos al enemigo lo empezaron a perseguir. Canterac, tan desmoralizado como sus jinetes, se batió en franca retirada con dirección al sur.
Al terminar la batalla, acaso ignorando la desobediencia de Razúri, el Libertador felicitó públicamente a los Húsares del Perú y, por haber alcanzado la victoria en esa pampa, hizo que de allí en adelante se llamaran Húsares de Junín, nombre que hasta hoy conserva ese glorioso regimiento peruano. Hecho el recuento de las bajas, se sacó en claro que los realistas habían huido dejando sobre el campo 250 muertos y 83 prisioneros: los patriotas, a su vez, tenían sólo 45 muertos y 99 heridos. Acaso el más castigado de estos últimos lo había sido el general argentino Mariano Necochea, pues siete heridas sangrantes parecían otras tantas condecoraciones a su arrojo.
La arenga de Bolívar antes de la batalla había llenado de fervor patriótico a sus combatientes «Soldados vais a completar la obra más grande que el cielo ha podido encargar a los hombres… El Perú y la América entera aguardan de vosotros la paz, hija de la victoria ¡Vosotros sois invencibles!».
Recordándose así en esta fecha la heroica actuación de los patriotas que lucharon por salvar nuestro suelo del yugo español.
LOS CABALLOS DE LOS CONQUISTADORES
(fragmento)
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Sus pescuezos eran finos
Y sus ancas relucientes y sus cascos musicales…
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
¡No! No han sido los guerreros solamente
de corazas y penachos y tizonas y estandartes,
los que hicieron la conquista
de las selvas y los Andes;
los caballos andaluces, cuyos nervios
tienen chispa de la raza voladora de los árabes,
estamparon sus gloriosas herraduras
en los secos pedregales,
en los húmedos pantanos,
en los ríos resonantes,
en las nieves silenciosas,
en las pampa, en las sierra,
en los bosques y en los valles,
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Un caballo fue el primero
en los tórridos manglares,
José Santos Chocano